Prólogo por Anakary Vásquez.


Un concepto, una cruz. Un paseo por una galería que parte de 1812 con el inicio de una procesión de campanas. El año de agitación social, política y religiosa pero que también funciona como una suerte de espejo interior. 1812, Napoleón invade Rusia, Caracas es removida por un fuerte terremoto, la iglesia, los próceres de un proyecto heroico y el pueblo, la composición social de una nación naciente. Agua Clara, Procesión, Santa Ana: la iglesia. Se interpone el pensamiento mágico religioso: primer espanto, para darle sitio al instinto, a los sonidos del viento, a lo natural, a un rasgueo de guitarra tocado con las entrañas del sentimiento del llano, el pueblo: Salvaje, Padre, La Andina, El Pastor, Doña Josefa. Pequeños episodios del pensamiento bucólico, de la tierra, de la sencillez, la inocencia de niña del amor y la entrega, pero consciente de su limitación de clases porque “no basta con brindar calor y ser un pastor”, la distinción la interfiere el segundo espanto para que intervenga, la oligarquía criolla de la época, destacando entre ellos ese grupo distinguido de grandes hombres que la historia pasó a llamar próceres. Miranda dice, Traidor, Centauro, Caballo Negro, son temas que recuerda que la historia los pintó llenos de luz inalcanzable, de virtud y de inspiración divina. Un tema como Venas evoca esos espíritus indómitos de pasión, de esa fuerza ignota que encendía la voluntad inquebrantable de esos grandes hombres que fueron llamados a cambiar y a conducir la historia, “vuelvan, carajo”, el llamado al ejército patriota del Centauro conductor. Hay interludio del tercer espanto quizá como advertencia que se aproxima el final. Con óleo, el lienzo de la historia se pinta y se siente un panorama triunfalista de fin de guerra, pero con un arrastre de dejo triste, con sabor a desesperanza, a sangre vertida en vano por una causa que parecía que nos llevaba a librarnos del yugo. Parece casi una batalla interior, dándole música una guitarra agonizante. “Te dejas llevar por el flujo natural”, es la actitud de un pueblo que canta con un cuatro melancólico que suena a nostalgia mirando la Niebla, añora un pasado de victorias con la vista cenagosa de un presente pantanoso, irresoluto, de promesa incumplida, “se siente como una daga atraviesa en mis manos (santas)”. Y finaliza en Berruecos, el héroe arreando el caballo, con la bandera en alto pero con espíritu alicaído, cansado. El jinete caído a un lado de la bestia. El silencio que guarda un respeto por la historia romántica con todos sus difuntos héroes. Va así desprendiéndose de sí misma, de esa falacia triunfalista de la post guerra, encendida por el calor del cañón. Y da paso a la aridez de lo real, a ese algo de insipidez en la boca, a desesperanza, a tantos nudos por desatar, a respuestas sin responder, a cosas por reparar, una historia, una vida, por reconstruir.


Escrito en el mes de Julio-Octubre del 2016 por Moisés Amaya, grabado y mezclado en Agosto del 2016 de forma casera con ayuda de Samuel Mitchell, Luis Restrepo y Gustavo Restrepo.